Soneto 238. COPAS ERGUIDAS
En efímeros paisajes de vida
(en serenas jornadas conversando
o en tardes de oro), vamos descifrando
el amor comensal que nos convida.
El vino baila en cada copa erguida
(en los sorbos de luna conspirando
o en la piel y sus poros), levitando
la velada en la cena compartida.
Una canción es el horizonte fiel
que se enjuga en nuestras bocas con la miel
de las flores y el olor a canela.
Otra pasión viaja en atajos de riel,
en amasijos de huesos y de piel
con la complicidad de la cautela.
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